Los talleres previos al VII Festival en la Escuela ECEA de a ciudad de Santa Fe

Cuado llegaron agosto y el frío, la profesora Abigail Raynoldi, les llevó a sus alumnos de segundo año del colegio ECEA de la ciudad de Santa Fe, cajas de libros de poesía facilitados por el grupo Talleres en el Viento, de esa localidad. 



 "La consigna era leer, y con eso se habilitaba un espacio gratuito para la palabra, sin prisa y sin cuestionarios posteriores -nos cuenta Abigail. Esta cita con los libros fue aireándose encuentro tras encuentro, hasta dejar también “olvidados” los libros en los recreos. Los chicos leían solos y se apasionaban con un solo libro: una alumna hechizada con Juan L. Ortiz; Agustín, que descreía de la literatura, se enojaba y arengaba porque le habían sacado de su mesa Cien sonetos de amor de Neruda; Milagros y Giuliana que parecían muy silenciosas, de repente eufóricas por el hallazgo de Roque Dalton. Los chicos leían y compartían en voz alta con el compañero de al lado: Franca molestando a toda risa a su amiga con un texto de Nicolás Guillén; Florencia leyendo despacito a Alfonsina Storni mientras la escuchaban de la mesa de adelante. Los chicos leían y copiaban versos en sus carpetas: es así que se llevaron fragmentos de Lluvia de Raúl González Tuñón; de Corazón coraza, de Mario Benedetti; o éste de Jacques Prèvert:




Fui al mercado de pájaros
y compré pájaros
para tí
amor mío

Despacito, a partir de sus lecturas comenzaron a escribir sus propios poemas. Lo curioso es que, hasta los que más se resistían, de repente traían vergonzosos un texto precioso y original para que el docente lo lea y le diga su parecer.
                                 



Con la consigna de hacer sus propias búsquedas, trajeron al aula lecturas que comenzaron a realizar en su casa, y así añadir versos a la caja de poesía que iban a confeccionar en octubre.

Llegó así el día del taller. Después de mirar un recorrido histórico de la técnica del caligrama, se ubicaron en grupos y empezaron a escribir poemas con diferentes modos: algunos simplemente partían de una “inspiración”, otros jugaban al cadáver exquisito, otros recortaban frases de títulos de diarios e iban uniendo hasta formar un texto completo, otros pensaban en una idea y después le daban forma con las palabras. Quedaron poemas como el siguiente:

Un recorrido por el corazón de las palabras
de las cenizas que dejaron los ataques
ha brotado un barrio vibrante,
lleno de recordatorios de la tragedia

Una vez terminada la escritura, alineaban las palabras en un dibujo que armonizara con sus gustos.

Fue una fiesta colgar los caligramas en las paredes de la escuela, y mirarse en sus poemas. En los ojos pasaba la sorpresa, el orgullo y la vergüenza que da soltar la mano escrituraria, mostrar la libertad de decir propia.

Al volver al aula, se dividieron para armar las cajas de poesía, y escribir en papelitos blancos versos que les hayan provocado un salto, una tristeza, una ternura (propios y ajenos). Las cajas se ubicarían en lugares habitados de la escuela para ofrecer un verso diario a quien lo quiera.

Los cajones de libros ya no se reciben con quejas. La carpeta ya no se llena solamente con teoría. Las búsquedas literarias ya no se consideran una tarea. La promoción de lo hecho ya no se piensa como un deber para aprobar.

Desde George Jean hasta Laura Devetach y Elisa Boland se ha hablado de entrar en poesía, y el poeta Rilke ha proclamado que los poemas no son sentimientos sino experiencia.

Ahora esperamos la jornada de la semana que viene, del VII Festival de Poesía en la Escuela ".

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