14 Festival de Poesía en la Escuela, Sin comunidad no hay vida, Crónica de Lali Destéfanis

 


Ore mbarakaja'i amyrýi-pe guarâ

Te amamos, Monchito

 

La mañana arrancó jovial, con una sonrisa amarilla de frutas, en el muelle del Curubica. Somos Lali y Mario y vivimos en el Arroyo homónimo, en una casita a la que llamamos Ykua Laurel y hemos rebautizado Monchito Róga (la Casa de Monchito), nuestro amado gatito que se nos acaba de morir. 

Llegamos al continente con la lancha de las 7 de la mañana que transporta diariamente a trabajadores isleños que van allí a cumplir su jornada de trabajo. Y al llegar, como aún hacía algo de frío, nos refugiamos en la sala de espera del puerto y comunicamos a la coordinación del Festival que ya nos encontrábamos en Tigre. En seguida nos llamaron y fuimos a la cola de Interisleña para arrancar el viaje. Subimos a la embarcación con alegría estudiantil, ansiosos por atravesar el Paraná de las Palmas, y luego el Miní, ya en la Segunda Sección, pues nuestras sendas más recurridas son los caminos aledaños al Sarmiento, el Carapachay, el Espera, el Esperita...

En la lancha conocimos al coordinador y a nuestros compañeros de jornada. El trillo retomó el camino lacustre que habíamos hecho para ir a Tigre. Volvimos a remontar el Luján y el Sarmiento hasta el Capitán. Desde hace un año estamos construyendo un hogar juntos en esta increíble región, amenazada por el capitalismo neoextractivista, pirómano y envenenador. La jornada estaba plagada de símbolos, de onomásticos tristes y cándidas esperanzas. Todo eso tramado a la vez por un paisaje de ensueño. De repente pasamos un pajonal, un barco encallado, y eran las marcas de ingreso en aguas que no solemos transitar: el Paraná de las Palmas, el delta de San Fernando. No dejaron de sorprendernos los arroyos, las casas, el cielo y los árboles; LAS GLICINAS que extendían su folletería lilácea aferradas a las casuarinas. Con el deseo de retener un resto de esos estímulos, fotografiamos, filmamos, disfrutamos intensamente la maravilla de tanta vida. Oh, ramificaciones del gran pariente del mar. Nos imaginamos al grumete Francisco del Puerto entre los chandules que se comieron heréticamente a Solís sin cumplir fielmente con el rito del avaporú. La belleza no es sino el comienzo de lo terrible: bien vale parafrasear a Rilke. Sin darnos cuenta, desde temprano estábamos en los meandros de la poesía y ese viaje también era una paráfrasis. El pueblo chaná se nos aparecía en los juncales, en los raigones, en las sonrisas de los chicos que viajaban con nosotros a la escuela, en el grumo del barro de las orillas, en los presentimientos, en las palabras que son el emblema de lo espectral.

La lancha atracó en el muelle de la escuela y la contemplación del Paraná Miní fue sosiego e impulso. Nos acordamos de varios kotyu, poesía oral, salutaciones amorosas que se otorgan los guaraníes tribales. Nos reunimos con Guillermo y nos contó la dinámica de la jornada y los pormenores del contexto en el que realizaríamos la actividad; iríamos, por la mañana, a conversar con los niños de primaria y en el siguiente turno, tras el intermezzo del almuerzo, haríamos lo mismo con jóvenes del secundario. Era el primer día de clases después de varios días de paro de lanchas.

Así fue como conocimos a niñas, niños y tres profesoras de cuarto, quinto y sexto grado, que nos recibieron en una de sus aulas. Guillermo habló de la poesía, de su valor instrumental y del paisaje, de la percepción de la belleza y de su captación a través de las palabras; luego nos presentó a los estudiantes. Lali saludó e invitó a reformular la fisonomía del aula: formamos una ronda en la que ya podíamos vernos unos a otros. El punto de partida de nuestra tarea fue la toponimia isleña; nuestro objetivo constaba en mostrarles a los chicos el alma de las palabras, ñe’ē, la filiación del paisaje, la flora y la fauna en el idioma que fue el barro primordial de estos humedales. Para hacer eso dejamos de lado, un rato, el concepto de poesía escrita y nos zambullimos en la corriente de la oralitura.



Paraná Miní: ¿saben, chicos, qué significa Paraná Miní? Parana Guasu es como los guaraníes llamaron al Río de la Plata. Miní significa “chico”, Guasú es “grande”. Miren qué cosa, ¿no? Los paraguayos dicen Michi, los mbya guarani dicen Mirî. Eso es porque hay muchas formas dialectales de la lengua. Inclusive hay un guaraní que es muy afectado por el español y ha compuesto palabras mezclando las lenguas.

Yo soy del Tuyuparé... ¿Sabe qué significa?, le preguntó una niña a Mario.

Supongo que Pared de barro.

Yo, dijo Lali, vivo en el arroyo Curubica. ¿Saben que en Corrientes dicen curbica de pan a las migas de pan? Hay un libro de poemas que lleva el nombre Pan curuica.

O sea que “curubica” se le dice a la escalla, al fragmento de algo. Itakuruvi en guaraní es pedregal. Si uno le hace preguntas a la palabra puede encontrar una respuesta poética. Por ejemplo, al junco en guaraní le decimos ysypo. Y- agua; Sy- madre y Po- mano. “Mano de la madre del agua”. ¿Vieron? Es lo mismo que Parana, “pariente del mar”. Parana guasu, “pariente grande del mar”; Parana Mini, “pariente chico del mar”.

Yo me llamo Irupé, dijo una niña rubia muy seria.

Irupé es colador del río, o como me gusta traducir a mí, cedazo del río.

La conversación con los chicos discurría como el delta, ramificándose, se arremolinaba, pero seguía su curso, fluía hacia el estuario. En un momento volvió Guillermo y nos invitó a compartir la experiencia con el otro grupo de primaria que integraron los poetas Ignacio, Raquel y Silvia. Fuimos hacia la canchita, ubicada en los fondos de la escuela, y compartimos la palabra en gran ronda plenaria, debajo de un árbol. Era el mejor homenaje a nuestros antepasados. Inmersos en su tekoha, en su espacio cultural, este se expresaba a través de nosotros, nos prestaba sus palabras. El guaraní es lengua del país, lengua de varios países, lengua internacional y tesoro cultural de las naciones guaraníes y neoguaraníes. Los labios del río, Parana rembey, cantan en guaraní.

La ronda se levantó y en el entretiempo compartimos el almuerzo con los tres compañeros poetas en las inmediaciones de una planta estallada de camelias, belleza grandilocuente, como si hubiera sido tocada por el kurupí: todo olía precioso y la conversación era tan placentera como lo que la motivaba.

Cuando volvimos al curso del festival ya no entramos a las aulas; los chicos estaban arremolinados en torno a la cancha de volley. Guillermo, el coordinador, les propuso que eligieran participar en alguno de los grupos de trabajo del festival. Así se conformaron tres grupos y supimos pronto que el guaraní no es pindá para la curiosidad juvenil. El lenguaje fanal de la adolescencia no quiere sinuosidades, quiere ser directo. Pocos se interesaron por la propuesta del guaraní, un par de chicas descendientes de inmigrantes paraguayos y unos pocos chicos con fiaca que fueron llevados por la corriente hacia nuestro grupo. Los intentos de disparar una efectiva captatio benevolentiae no rinden frutos. Queremos prender un fuego y la leña de la atención está humeda. ¿Cómo hacemos? Prueba y error, preguntamos. Pero los adolescentes nos miden, no se sienten interpelados por la moralina de la construcción de la memoria. Mario salta en su relato del hip hop y el trap en guaraní a la historia de la Conquista, habla de los chandules, de los pueblos canoeros, de los que se comieron a Solís, varea de la antropofagia ritual al vori vori. La atención se mueve también de grupo en grupo. Lali organiza el fluir de la charla. Mario siente que camina por un embalsado en el que se precisa ligereza para no hundirse. Ajapasuru, piensa. Por suerte surgen algunas preguntas que prenden un fuego dialógico: el interés sostenido de los profes echa gasolina al reggetón juvenil. El entusiasmo se agita cuando tres jóvenes comparten sus saberes ancestrales: recetas de cocina paraguaya, palabrotas de entre casa en guaraní, recuerdos familiares en Corrientes… Cuando suena la campana de cierre, sentimos que el vínculo comenzaba a florecer.

Ya reunidos en ronda en el patio del frente de la escuela, con una vista bellísima del Paraná Miní, compartimos con los otros grupos lecturas y relatos de la jornada. Una vez más, los chicos nos sorprenden con su potencia. La tarde nos convoca al cierre mediante el arribo de las lanchas, ¡ya es hora de arriar la bandera! Con su invitación, el director nos recuerda los días de infancia; el paso de los años nos hace saber que tenemos que aprender otra vez a realizar esta ceremonia. Agradecidos, nos abocamos al abordaje y zarpamos hacia el muelle Curubica, impregnados del asombro puesto en palabras.

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