La casa
nos aplasta, la casa nos aplastará.
El tío
cantor, mi abuelo fermentado por el vino,
los
flacos animales que pronto morirán: llevamos lustros
queriendo
salirnos de la casa, andar campo traviesa.
En vano
todo. La casa nos aplastará.
¿Dije
de los flacos animales de la casa?
Yo
mismo soy ahora un desgarbado
caído
en la grisácea o triste historia
de
escarpines perdidos en el frío general.
Yo
mismo
soy
lámina de cal de mi alegría.
En el
centro de la casa han brotado unos riachos.
Cuelgo
de los techos, me hago desde la mugre,
imploro
una meseta fértil de incontable vastedad
pero la
casa me contesta con agua de los riachos,
barrosa
lengua que sube y marca todo por igual:
a todos
por igual no diferencia,
a todos
por igual nos marca su pegajosa obstinación.
¿Dije
de mi tío, el cantor? De los muslos
le
bajaba un jugo lánguido de ciruelas machucadas
y ahora
hay charcos negros que no podemos combatir.
Por las
noches
mi tío
canta junto al fueguito melancólico,
fuma su
pipa cotidiana, escupe
canciones
demacradas como babas de la siesta
y nos
entran galopando los quejidos de una india.
Ya nos
acosan desde afuera otros bestiales rancheríos.
¿Adónde
iremos a parar en esta larga noche indígena?
En otro
tiempo
mi tío
se acompañó de una guitarra,
un
viejo bombo y la costumbre silenciosa
de una
mujer renegrida que atizaba el fueguito con las manos.
La casa
se tragó esas dulces compañías.
¿Dije
de mi abuelo, fermentado por el vino?
Todas
las tardes
encerrado
en su piecita grita un nombre de mujer
y
cuando calla está más viejo y más cansado,
la
vista echada como un perro a punto de morir.
Yo no
lo odio,
le
froto las heridas con hierbas de la zanja
y él
masculla unas palabras que no alcanzo a descifrar.
Cuando
joven
mi
abuelo fue andariego y trotaba los caminos,
los
sucios bodegones relucían con su porte afrancesado
y hasta
algunos payadores cantaban para él.
Todo el
jarabe de los sucios bodegones entraba en su barriga.
Hoy no
se escucha el cantar de aquellos payadores:
la casa
está rodeada de pura lejanía.
¿Cómo
haremos para dormir en esta larga noche indígena?
¿Acaso
indiferentes al hedor? ¿Acaso displicentes,
las
manos flojas como algas en los bordes del camastro?
En vano
todo. En vano los machetes, trabajar
en
surcos pisoteados de la chacra,
en vano
que haya leña, nadie
entibia
el agua, nadie
permanece
en esta casa,
nada,
ni viento
en el
aire, nada
ni
nadie
habla.
De “Hueco en el
mundo”, Baltasara Editora, Rosario, 2015.
Santiago Alassia nació en Rafaela en 1979. En teatro, escribió y dirigió las obras Atacar (2009), Orden del día (2009), Fanto (2010) y Serie de elementos (2013). En 2016 estrenó Cadencia de noche tras noche. En poesía, publicó el libro Hueco en el mundo (Baltasara Editora, Rosario, 2015). Poemas suyos integran las antologías Muestra de la joven poesía santafesina (Editorial UNL, 2010), Yo soñaba con comprarme una combi (Erizo Editora, Rosario, 2013) y 53/70. Poesía argentina del siglo XXI (Editorial Municipal de Rosario, 2015). Fue miembro fundador del grupo de escritores Prima Liter, con el que desarrolló una intensa actividad de gestión cultural entre los años 2002 y 2010. Fruto de este recorrido es el libro de nouvelles "Versiones de la tan sombra" (2009), publicado en coautoría con Matías Aimino, Gustavo Lombardo y Franco Rosso. Entre 2008 y 2013 dirigió el suplemento cultural Rastros del diario La Opinión, de Rafaela. Ha publicado crónicas de viaje en el diario La Capital, de Rosario. "Por lo bajo", su primer libro de cuentos, obtuvo en 2016 el Primer Premio del Fondo Editorial Municipal de Rafaela, y fue publicado en junio de 2017.
Comentarios
Publicar un comentario