Ore
mbarakaja'i amyrýi-pe guarâ
Te amamos,
Monchito
La mañana arrancó jovial, con una sonrisa amarilla de frutas, en el muelle del Curubica. Somos Lali y Mario y vivimos en el Arroyo homónimo, en una casita a la que llamamos Ykua Laurel y hemos rebautizado Monchito Róga (la Casa de Monchito), nuestro amado gatito que se nos acaba de morir.
Llegamos al
continente con la lancha de las 7 de la mañana que transporta diariamente a
trabajadores isleños que van allí a cumplir su jornada de trabajo. Y al llegar,
como aún hacía algo de frío, nos refugiamos en la sala de espera del puerto y
comunicamos a la coordinación del Festival que ya nos encontrábamos en Tigre.
En seguida nos llamaron y fuimos a la cola de Interisleña para arrancar el
viaje. Subimos a la embarcación con alegría estudiantil, ansiosos por atravesar
el Paraná de las Palmas, y luego el Miní, ya en la Segunda Sección, pues
nuestras sendas más recurridas son los caminos aledaños al Sarmiento, el
Carapachay, el Espera, el Esperita...
En la lancha conocimos al
coordinador y a nuestros compañeros de jornada. El trillo retomó el camino
lacustre que habíamos hecho para ir a Tigre. Volvimos a remontar el Luján y el
Sarmiento hasta el Capitán. Desde hace un año estamos construyendo un hogar
juntos en esta increíble región, amenazada por el capitalismo neoextractivista,
pirómano y envenenador. La jornada estaba plagada de símbolos, de onomásticos
tristes y cándidas esperanzas. Todo eso tramado a la vez por un paisaje de
ensueño. De repente pasamos un pajonal, un barco encallado, y eran las marcas
de ingreso en aguas que no solemos transitar: el Paraná de las Palmas, el delta
de San Fernando. No dejaron de sorprendernos los arroyos, las casas, el cielo y
los árboles; LAS GLICINAS que extendían su folletería lilácea aferradas a las
casuarinas. Con el deseo de retener un resto de esos estímulos, fotografiamos,
filmamos, disfrutamos intensamente la maravilla de tanta vida. Oh,
ramificaciones del gran pariente del mar. Nos imaginamos al grumete Francisco
del Puerto entre los chandules que se comieron heréticamente a Solís sin
cumplir fielmente con el rito del avaporú. La belleza no es sino el comienzo de
lo terrible: bien vale parafrasear a Rilke. Sin darnos cuenta, desde temprano
estábamos en los meandros de la poesía y ese viaje también era una paráfrasis.
El pueblo chaná se nos aparecía en los juncales, en los raigones, en las
sonrisas de los chicos que viajaban con nosotros a la escuela, en el grumo del
barro de las orillas, en los presentimientos, en las palabras que son el
emblema de lo espectral.
La lancha atracó en el muelle de la
escuela y la contemplación del Paraná Miní fue sosiego e impulso. Nos acordamos
de varios kotyu, poesía oral, salutaciones amorosas que se otorgan los
guaraníes tribales. Nos reunimos con Guillermo y nos contó la dinámica de la
jornada y los pormenores del contexto en el que realizaríamos la actividad;
iríamos, por la mañana, a conversar con los niños de primaria y en el siguiente
turno, tras el intermezzo del almuerzo, haríamos lo mismo con jóvenes
del secundario. Era el primer día de clases después de varios días de paro de
lanchas.
Así fue como conocimos a niñas,
niños y tres profesoras de cuarto, quinto y sexto grado, que nos recibieron en
una de sus aulas. Guillermo habló de la poesía, de su valor instrumental y del
paisaje, de la percepción de la belleza y de su captación a través de las
palabras; luego nos presentó a los estudiantes. Lali saludó e invitó a
reformular la fisonomía del aula: formamos una ronda en la que ya podíamos
vernos unos a otros. El punto de partida de nuestra tarea fue la toponimia
isleña; nuestro objetivo constaba en mostrarles a los chicos el alma de las
palabras, ñe’ē, la filiación del paisaje, la flora y la fauna en el
idioma que fue el barro primordial de estos humedales. Para hacer eso dejamos
de lado, un rato, el concepto de poesía escrita y nos zambullimos en la
corriente de la oralitura.
Paraná Miní: ¿saben, chicos, qué
significa Paraná Miní? Parana Guasu es como los guaraníes llamaron al
Río de la Plata. Miní significa “chico”, Guasú es “grande”. Miren qué cosa,
¿no? Los paraguayos dicen Michi, los mbya guarani dicen Mirî.
Eso es porque hay muchas formas dialectales de la lengua. Inclusive hay un
guaraní que es muy afectado por el español y ha compuesto palabras mezclando
las lenguas.
Yo soy del Tuyuparé... ¿Sabe qué
significa?, le preguntó una niña a Mario.
Supongo que Pared de barro.
Yo, dijo Lali, vivo en el arroyo
Curubica. ¿Saben que en Corrientes dicen curbica de pan a las migas de pan? Hay
un libro de poemas que lleva el nombre Pan curuica.
O sea que “curubica” se le dice a la
escalla, al fragmento de algo. Itakuruvi en guaraní es pedregal. Si uno
le hace preguntas a la palabra puede encontrar una respuesta poética. Por
ejemplo, al junco en guaraní le decimos ysypo. Y- agua; Sy-
madre y Po- mano. “Mano de la madre del agua”. ¿Vieron? Es lo mismo que Parana, “pariente del mar”. Parana
guasu, “pariente grande del mar”; Parana Mini, “pariente chico del
mar”.
Yo me llamo Irupé, dijo una niña
rubia muy seria.
Irupé es colador del río, o como me
gusta traducir a mí, cedazo del río.
La conversación con los chicos
discurría como el delta, ramificándose, se arremolinaba, pero seguía su curso,
fluía hacia el estuario. En un momento volvió Guillermo y nos invitó a
compartir la experiencia con el otro grupo de primaria que integraron los
poetas Ignacio, Raquel y Silvia. Fuimos hacia la canchita, ubicada en los
fondos de la escuela, y compartimos la palabra en gran ronda plenaria, debajo
de un árbol. Era el mejor homenaje a nuestros antepasados. Inmersos en su tekoha,
en su espacio cultural, este se expresaba a través de nosotros, nos prestaba sus
palabras. El guaraní es lengua del país, lengua de varios países, lengua
internacional y tesoro cultural de las naciones guaraníes y neoguaraníes. Los
labios del río, Parana rembey, cantan en guaraní.
La ronda se levantó y en el
entretiempo compartimos el almuerzo con los tres compañeros poetas en las
inmediaciones de una planta estallada de camelias, belleza grandilocuente, como
si hubiera sido tocada por el kurupí: todo olía precioso y la
conversación era tan placentera como lo que la motivaba.
Cuando volvimos al curso del
festival ya no entramos a las aulas; los chicos estaban arremolinados en torno
a la cancha de volley. Guillermo, el coordinador, les propuso que eligieran
participar en alguno de los grupos de trabajo del festival. Así se conformaron
tres grupos y supimos pronto que el guaraní no es pindá para la
curiosidad juvenil. El lenguaje fanal de la adolescencia no quiere
sinuosidades, quiere ser directo. Pocos se interesaron por la propuesta del
guaraní, un par de chicas descendientes de inmigrantes paraguayos y unos pocos
chicos con fiaca que fueron llevados por la corriente hacia nuestro grupo. Los
intentos de disparar una efectiva captatio benevolentiae no rinden
frutos. Queremos prender un fuego y la leña de la atención está humeda. ¿Cómo
hacemos? Prueba y error, preguntamos. Pero los adolescentes nos miden, no se
sienten interpelados por la moralina de la construcción de la memoria. Mario
salta en su relato del hip hop y el trap en guaraní a la historia de la
Conquista, habla de los chandules, de los pueblos canoeros, de los que se
comieron a Solís, varea de la antropofagia ritual al vori vori. La
atención se mueve también de grupo en grupo. Lali organiza el fluir de la
charla. Mario siente que camina por un embalsado en el que se precisa ligereza
para no hundirse. Ajapasuru, piensa. Por suerte surgen algunas preguntas
que prenden un fuego dialógico: el interés sostenido de los profes echa
gasolina al reggetón juvenil. El entusiasmo se agita cuando tres jóvenes
comparten sus saberes ancestrales: recetas de cocina paraguaya, palabrotas de
entre casa en guaraní, recuerdos familiares en Corrientes… Cuando suena la
campana de cierre, sentimos que el vínculo comenzaba a florecer.
Ya reunidos en ronda en el patio del frente de la escuela, con una vista bellísima del Paraná Miní, compartimos con los otros grupos lecturas y relatos de la jornada. Una vez más, los chicos nos sorprenden con su potencia. La tarde nos convoca al cierre mediante el arribo de las lanchas, ¡ya es hora de arriar la bandera! Con su invitación, el director nos recuerda los días de infancia; el paso de los años nos hace saber que tenemos que aprender otra vez a realizar esta ceremonia. Agradecidos, nos abocamos al abordaje y zarpamos hacia el muelle Curubica, impregnados del asombro puesto en palabras.
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